Lc 7,6-7. «No soy digno de que entres en mi casa. Di solamente una palabra y mi criado quedará sano …»
Me impresiona la confesión de fe de este funcionario romano frente a Jesús. No se siente digno que el Señor Jesús entre en su casa; no se siente a la altura para acoger al Señor de la Vida. Es demasiada la diferencia entre ambos, así lo piensa él.
Y, sin embargo, este es el punto de partida del creyente en el Dios vivo. Cuando se descubre la bondad inmensa de Dios, uno se siente pequeño, demasiado pequeño para ser considerado digno del cuidado divino.
Pero atención, este es el pensamiento humano, no el divino. Dios no piensa de la misma manera. La pequeñez, el reconocimiento de los propios límites, de la propia vulnerabilidad es la condición necesaria para abrirse a Él, Señor de la Vida.